Liwin (Coro)

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Liwin Acosta. Nací en coro en noviembre de 1990. Desde pequeño mostré vocación para contar historias.Me gusta el hip-hop y la NBA. Estudio francés y alemán por lo menos una vez por semana. Escribo cuentos, poemas y guiones de cine. Soy tesista de la UNEFM en la carrera de Lengua Literatura y Latín. En poesía procuro evitar los hermetismos, en narrativa me han dicho que soy muy exigente con mis creaciones, sigo luchando para no creerlo y con los guiones escalo cada día por un sueño que como dice Nach es una mentira que algún día dejará de serlo. Ah, y soy miembro de la Cátedra Libre de Literatura Agustín García y un vástago más de Febrero.

Sssh… es hora de cenar

 

La culpa la tuvo tía Lucrecia, nadie más. Ella sabía cómo se crispaban mis nervios cuando mi ración no era igual que la de los otros. Exasperado por su actitud, por lo demás insolente, comencé a deliberar sobre mi plan de hacerlos caer a todos y cada uno como piezas de ajedrez. Nos reuníamos sólo en la cena porque durante el día cada quién se ocupaba de sus deberes y no tenía tiempo para encuentros fallidos, o por lo menos eso fingíamos. La sordera era hereditaria y cumplía de forma terrible y tenaz con su insustituible papel de tradición familiar, algo así como el que cumplen los manteles blancos de flores azules o amarillas o esos platos de peltre mancillados y deformes que nunca hacen falta en una casa.

 El primero fue tío Rangel, sin proponérmelo el derrumbamiento comenzó como una parodia a la jerarquía, pues nunca tuvimos el más mínimo sentido de la autoridad. Cruzando el cuarto dónde está su biblioteca lo degollé para evitar cualquier ruido que pudiera ser alcanzado por los vecinos, que además de mirarme extraño también oyen. Lo dividí en secciones según el grosor de éstas y lo guardé en la gran nevera que había en el almacén. Me aseguré desde entonces de buscar y llevar todo lo que necesitara ser refrigerado. No lo extrañaron mucho, todos creyeron que en un arrebato de clarividencia cristiana se había ido a buscar a la única hija que no lo conocía.

 A tía Lucrecia le metí un batazo en la cabeza que, como dicen los periódicos: “le produjo exposición de la masa encefálica”. No quise hacerla sufrir mucho, aunque el odio me dictaba mil y una formas de torturarla.  A ella sí la extrañaron porque era la que cocinaba. Un poco desesperada por las inexplicables desapariciones, la Beba comenzó a sustituir a tía resignada porque hasta ese día llegaba su apreciada libertad.  Aunque cuando comencé a hacerlo me guiaba una especie de principio de justicia, concluí pronto que era sólo una excusa para justificar el placer que sentía: los odiaba a todos.  Sus ojos adhesivos se me pegaban hasta hacerme sufrir de dolor, como si yo fuera un animal repulsivo o algo parecido.

El Pocholo se me complicó un poco, el cuchillo que le clavé en el estómago no penetró lo suficiente y sacando fuerzas de ultratumba me zampó un derechazo  que como quien dice, me dejó viendo estrellitas.  Caí cerca de la escalera por lo que un empujoncito me bastó para que el Pocholo se diera un resbalón directo al paraíso. Ante tanto hermetismo los nervios de la Beba cedieron y creyó  no tener  otra opción que  llamar a la policía. Mientras llegaban decidí darle a ella una despedida más sutil, la envenené  echando una tacita de pinolín en el té de manzanilla que bebía para calmarse. Con todos muertos  y matemáticamente divididos en la nevera, me dispuse a esperar a la policía, pero nada que llegan.

Desde entonces, el único contacto humano que tengo son los clientes de la bodega, que cada día son menos porque cuando ven mi pierna y las costras que surcan mi rostro se espantan.  Me toca cenar solo y no me gusta, si hubiera sabido lo triste que era la soledad por lo menos dejaba a uno vivo.  Guardo las notas de desesperación como quien guarda bonitos recuerdos de una época pasada.  Hoy me comeré las nalgas de la Beba ¿no te gustaría venir?, eso sí entras por el portón de atrás y sin hablar porque aquí nadie escucha, todos somos sordos.

 

Líneas

El dedo  índice marca un recorrido casi vertical que baja sinuosamente desde el cuello  hasta la pelvis, anunciando el inicio de un cataclismo de sangre, de una explosión de las carnes. Pequeños tanteos de reconocimiento alteran el silencio de una voz que ahora se escucha diferente, más viva, más libre. Giros concéntricos desiguales muestran la impericia de un explorador novato pero tierno, dulce, infantil que tiene un único y firme propósito. Viven el esplendor de una etapa que finaliza con los recuerdos y los corazones rayados en las camisas que ahora juegan a esconderse debajo de la cama. El índice deja de girar y se introduce tímido, como un niño travieso que tiene miedo y un leve suspiro de dolor lo hace dudar a él, creer que lo ha hecho mal. Abre los ojos y ella está más que concentrada, está entera… con él. Ella lo mira de forma sencilla como para decirle sin palabras que todo está bien, que siga. Otros giros internos y las represiones de ella comienzan a desparecer, lo sujeta por los hombros y lo invita a atreverse, a soltar amarras. El del medio se hace camino y entra un poco forzado pero ella está inmune, ya el dolor es una sensación lejana y fugaz que se ve sumergida en un mar de lava que la quema por dentro y por fuera. Ambos se reconocen y se mueven como gusanitos inquietos que ya no quieren salirse, han comenzado a sentirse parte, el inicio de la naturalidad despierta su confianza. Hurgado y preso de adrenalina el cuerpo de ella hace un llamado directo que él comprende inmediatamente. Con lentitud y suavidad saca sus dedos deseosos aun, y como no escucha los gemidos se siente decepcionado consigo mismo por haber sido tan directo. Sus animales laten como si tuvieran un segundo corazón y ella baja sus manos por el abdomen de él y marca una línea imperfecta, brusca.  Los dedos en él ahora se convierten en manos y los dos comienzan a saborear la periferia. Brazos, cuellos, espaldas, muslos se funden en caricias que ya no pueden ser inocentes. Ambos entienden que la carne y el alma no son incompatibles, que ambos caminos se intercalan, coinciden y se  unen cuando los cuerpos se hacen templos donde coinciden los espíritus.

 

 

Huida

Cansado de imaginarla no la trajo de la ficción, se fue a ella.

 

 

 

El hijo de la vecina

El hijo de la vecina no me deja dormir. ¿A quién se le ocurre jugar al trompo a medianoche? De nada me sirvieron las quejas al condominio. Al parecer, estos fantasmas creyeron que en  este edificio no quedaba nadie y que por fin, podían vivir en paz.

La puerta y el ángel

                                                                                                                      A Jesús Adrian

Benito sabía que la puerta tenía voluntad propia, se abría y se cerraba sola. Resignado pero feliz, se sentó a esperar afuera con la seguridad de que su encuentro con el ángel de la guarda, algún día iba a suceder.

 

 

 

Sueño y realidad

 

 

                                 A Tomás, por una conversación que sostuvimos

                        en la que el sueño salió ganando.

Cada vez que se acostaba a dormir sufría una agobiante sensación de pérdida, de que algo se le escapaba irreversiblemente en esas horas de muerte. Así fue como decidió no dormir más por el resto de que lo quedaba de vida. Pero un día, cansado de estar con los ojos pelados todo el tiempo entendió, que la realidad se torna hueca y aburrida cuando no se tiene con qué comparársele

Puertas 

A Jorge Luis Borges

Abría una puerta y aparecían otras y me parecía que obraba una tarea más contra el infinito. Continué tercamente y cada vez pensaba que la siguiente era la última. Al ver hacia atrás noté que eran muchas y creí que la que ahora me tocaba abrir era la del final. Temeroso me acerqué al ojillo de la puerta y vi un resplandor tan fuerte que quedé ciego de ese ojo, el derecho.  Cansado de tanto esfuerzo inútil, decidí regresarme y descubrí que la primera puerta estaba cerrada nuevamente. No me atrevo a asomarme, prefiero vivir con un solo ojo que entregarme enteramente a la penumbra.

 

Des-armado

                                                                                                                                              

A Oliveira y la Maga

Jean-Claude sentía miedo sí, de que le sucediera lo que a los demás, pero su espíritu era más fuerte. Los lectores anteriores a él habían terminado con una profunda depresión, que  había llevado a unos a la locura y a otros al suicidio. El libro gozaba de la fama de estar bajo el influjo maligno de un hechizo antiguo. Pero Jean, hombre racional y prudente no iba a dejarse amilanar por supersticiones de ese tipo. Viejo y amarillo había pertenecido a muchas personas pero ninguna de ellas había podido pasar de la segunda página. Entre tantas ideas de destrucción quiso quemarlo pero las palabras salían de las cenizas y esperaban que las hojas se formaran otra vez para contar la historia que nadie conocía completa. Le arrancaba las páginas una por una y las escondía en lugares diferentes de la ciudad, pero cuando Jean dormía ellas caminaban por las calles y al despertar encontraba el libro completo nuevamente. Aburrido, se acostó en su cama y se pospuso revisarlo minuciosamente para cerciorarse de que no existía en él una clave secreta que podía  habérsele escapado hasta entonces.

En una de sus manipulaciones el libro se cayó al suelo y se desarmó todo. Comenzó a juntar las hojas y el lomo, así indistintamente, como si la fuerza de su desdén le dictara un orden caótico. Luego de construido no le quedó otra alternativa que empezar a leerlo con el temor de volverse loco. La tensión aumentaba con cada palabra, pero comenzó a disminuir cuando pasó de  la página 115 (que era la tercera) a la 325, de ésta última a la 22 y así sucesivamente. El desorden le dio verdadera unidad a la historia que Jean-Claude dejó de leer  después de llevadas 30 páginas, al descubrir que contaba la suya propia, la historia de su vida.

 

Alguien escribe esta página

 

Mamá estaba loca, les juro que no fue por culpa mía, fue por culpa de papá y de esas pastillas que le mandó el doctor y que pa’ controlar sus nervios… cosa imposible, cada vez que las bebía éstos volaban, salían de sus sienes y nos cubrían a todos de insultos, de gritos y escupitajos. Cuando papá intentaba acercársele, ella le lanzaba su nervio más fuerte y poderoso y terminaban en una maraña de empujones, coñazos, patadas y rasguños repartidos a diestra y siniestra, sí de forma siniestra.

Nosotros nos escondíamos en el cuarto que había sido de la abuela, a la pobrecita  la mató un cáncer. Yo siempre dije que no había sido eso, que la mataron los nervios de mamá. Papá se iba temprano y volvía muy tarde en la noche podrio a ron y a cigarro barato, siempre fue un misterio para nosotros saber cómo vivía, de qué se alimentaba, de dónde sacaba la plata. Cuando llegaba directamente al cuarto de mamá, esperaba afuera a que ésta dejara de susurrar uno de sus tantos monólogos atolondrados. Yo también la escuchaba y le tapaba los oídos a La Tica pa’ que ella no se enterara de nada. La Tica nunca creyó que mamá estaba loca.

Cuando deliraba se le escuchaba decir “el nos pegaba tazas de peltre calientes en las teticas que apenas nos salían y nos dejó mochas y que porque le robamos una plata que tenía guardada en el baúl, y pensar que mamá nos decía que le pidiéramos la bendición a ese hijo e’ puta que era nuestro padre”.

Al final no hubo manera de ocultarlo por más tiempo. La vecina se lo dijo todo y papá le reventó la cara a mamá a coñazos, y casi le saca un ojo cuando se enteró  de que La Tica no era hija suya sino de Benancio el sobrino de la señora Ángeles que vino de Valencia. A leguas se notaba, aquí todos somos negros y con el pelo teco menos La Tica que salió clareada y hasta con los ojos verdes como los de su verdadero papá. Ese día me la tuve que llevar pa’ la calle porque yo tampoco aguantaba el tormento y el sonido de la cabeza de mamá golpeando contra la pared.

Mamá estaba loca, no sé si aun lo está, lo único que sé es que no debió hacernos ver a papá cuando colgaba de una viga de la casa. El mecate casi no soportaba su peso pero junto con la viga parecían elementos consabidos de un ritual más antiguo que nosotros. “ La Tica no tiene culpa de nada y tú tampoco de que ese hijo e’ puta me quemara las tetas y me dejara marcada para siempre”.

A la Tica la guindó con el cable del ventilador, a mí con la única correa que quedaba del abuelo, antes que se decida entre el cuchillo o la viga que le sonríen, alguien escribe esta página que yo dicto después de la muerte.

11 pensamientos en “Liwin (Coro)

  1. luis ramones dice:

    Hermanazo te felicito de todos los cuentos tengo ya mis favoritos: «Lineas» y su párrafo final excelente, «Huida» a veces queremos hacer lo mismo jeje, «Alguien escribe estas paginas» muy buena, oye me siento orgulloso de que mi hermano tenga esta vocación que quizás compartimos pero que solo usted se atreve a exponerlo, heredero universal de mano vidal jeje. saludos

  2. Luis Alberto dice:

    hermano usted es el mejor je je. tuve el placer de leer unos de tus cuentos en un diplomado y mucho se llevaron esta imagen para su casa a la hora de cenar: «A tía Lucrecia le metí un batazo en la cabeza que, como dicen los periódicos: “le produjo exposición de la masa encefálica” je je muy bueno chamo.

  3. Adrineli Canelón dice:

    Ese broche de oro, mi favorito (si es que me es posible elegirte uno)! Soy aficionada a los coñazos de tus micros! Y muchas otras cosas que ya sabes al oído! Jajajaja… Un beso, mi pibe!

    • Liwin Acosta dice:

      gracias piba por tus apreciaciones que se esfuerzan por ser objetivas pero que va, no pueden! jejejeje un beso de vuelta!

  4. Jesús Amalio. dice:

    Me gustaron mucho Liwin, todos menos Huida, después te contaré por qué. Sigue escribiendo ;D

  5. Espeluznantes: Sssh… es hora de cenar, El hijo de la vecina, La puerta y el ángel. Los dos últimos me recuerdan a los programas paranormales del Canal BIO. CHANNEL y a ciertas experiencias. Geniales pana!

    • Liwin Acosta dice:

      jejeje que de pinga que te hayan gustado! de pana no los he visto, pero me encantaría echarles un vistazo! un abrazo man!

  6. konejo dice:

    verga, esta parte de «Líneas» brutal:

    «… la carne y el alma no son incompatibles, ambos caminos se intercalan, coinciden y se unen cuando los cuerpos se hacen templos donde coinciden los espíritus.»

    • Liwin Acosta dice:

      gracias mi pana, me alegro que los hayas leído! cunado tengas chance y si no te aburren éntrale a los poemas a ver que tal!

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